En septiembre de 1941 el cónsul español en Helsinki recibió una carta. La remitía un prisionero de un campo de concentración finlandés. Se llamaba Celestino Fernández y era un niño gallego al que su madre había enviado a veranear a Avilés cuando estalló la Guerra Civil española. Su historia ilustra la de aquellos pequeños españoles que la República envió a la URSS y, al empezar la guerra, fueron movilizados por el Ejército Rojo. Algunos fueron capturados y devueltos a España.