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La gran ilusión
Mié, 15/04/2020
Hay días en los que me levanto animado, con muchas ganas de hacer cosas. Otros en los que soy más pesimista y creo que esto va a tardar en pasar y cuando pase, nada volverá a ser como antes. Hay mañanas en las que me dan ganas de comerme el mundo a bocados, y otras en las que me cuesta un mundo levantarme y me quedaría en la cama hasta la noche.
Por el profesor José Luis Ramírez
Imagino, que esos mismos sentimientos y esas mismas ganas y desganas nos acompañan a todos porque esto que nos está pasando es algo tan inesperado, tan difícil de asumir, que nos ha venido grande.
Los días en los que me acechan negros nubarrones, ver las noticias o consultar las redes sociales tampoco ayuda. Las primeras siguen sin ser positivas, y da un poco congoja comprobar que los que mandan están tan perdidos como nosotros.
Las segundas solo sirven para presenciar polémicas de todo tipo, discusiones en las que tienen mucho que ver los colores, colores rojos, colores azules, colores verdes, colores morados… Confirman algo intrínseco al ser humano y que se ha visto magnificado desde que cada uno de nosotros disponemos de un gran altavoz: que solo existen tres tipos de personas: los que hacen algo, los que critican a los que hacen algo (y no hacen nada) y los que dicen que hacen algo pero en realidad tampoco hacen nada.
Hoy es de esos días buenos, esos en los que luce el sol y aparece un rayo de esperanza. Creo sinceramente que esta crisis sanitaria y la económica que vendrá después, nos ayudarán a afrontar el futuro de otra manera.
Porque reconozcámoslo, había cosas, muchas, que no estábamos haciendo bien. Hemos permitido ciudades de cartón piedra en las que solo reluce lo que se ve, el escaparate, pero por dentro están vacías, sin vida (pisos turísticos, alquileres desorbitados, masificación…), consentido trabajos precarios, fomentado la fiebre consumista, contribuido a la contaminación y al cambio climático, hemos vivido siempre con prisas, sin tiempo para nada…
Tal vez ha llegado el momento de plantearnos si el crecimiento económico debe ser el principal indicador del bienestar de un país. Si es mejor tener ciudades más ricas y prósperas con elevados ROIs, o ciudades más habitables con ciudadanos más sanos y felices. Quizá la clave no sean siempre precios más bajos, márgenes más altos o mayores volúmenes. Es posible que haya otras formas de hacer las cosas.
Tampoco estoy de acuerdo con aquellos que han aprovechado la coyuntura para echar la culpa de todo a la globalización. La mal llamada gripe española de 1918 provocó más de 40 millones de muertos en todo el mundo y por aquel entonces no solo no había globalización, sino que ni siquiera existía la palabra.
Como decía antes, hoy es de esos días en los que estoy convencido de que esta situación nos va a permitir salir reforzados. Quizá aprendamos a valorar las cosas que verdaderamente importan. Es posible que no necesitemos ser tan competitivos, o que debamos serlo en salud y bienestar social, por ejemplo. Tal vez no debamos limitarnos a vivir del turismo y necesitemos relocalizar nuestras fábricas y recuperar el sector secundario. Puede que haya llegado el momento de replantearnos muchas cosas que dábamos por sentadas.
Deseo, como todo el mundo, que este virus se vaya pronto, deje de matar gente y nos permita regresar a nuestras vidas. Ojalá en esas vidas futuras nos atrevamos a destapar esa gran ilusión de la que éramos partícipes y construyamos un mundo mejor para todos, en especial para nuestros hijos y nuestros mayores. Se lo debemos.
Por favor, cuídense mucho.