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Discurso del rector de inicio del segundo cuatrimestre del curso 2011-2012
Mon, 27/02/2012
Queridos amigos:
En el inicio de este nuevo cuatrimestre, epílogo para alguno de vosotros, prólogo para otros muchos y continuación para la mayoría, quisiera, por una parte, manifestaros mi más cordial bienvenida en nombre de todos los estamentos que componen esta casa (editorial, personal de administración y servicios, profesores, secretario general, gerente, consejo de administración y vicerrectores) y, por la otra, que me permitieseis compartir algunas reflexiones personales, pues estoy persuadido de que lo que hace de toda Universidad una institución viva es el hecho de que individuos concretos se comuniquen en un marco de convivencia que genera un entramado de relaciones interpersonales. No podía ser de otra manera, pues todos los principios que orientan la transmisión del saber se verifican siempre de persona a persona, aspirando a reflejar una intencionalidad que es propia del ethos de la formación universitaria.
Antonio Machado en sus “Apuntes, Parábolas, Proverbios y Cantares” (1916), señalaba con toda razón que “nuestras horas son minutos/cuando esperamos saber/ y siglos cuando sabemos/ lo que se puede aprender”. Estos versos dan fe de uno de los sentimientos más elementales que anida en todo ser humano. También ese hombre universal que fue Aristóteles, llamado por Dante, “el maestro de los que saben”, da comienzo a su Metafísica con la gozosa afirmación de que “todos los hombres tienen el deseo natural de saber”. La Universidad –patria del logos, heredera del círculo pitagórico, la academia platónica y el liceo aristotélico- es el hogar de los saberes, donde reina la alegría de enseñar y estudiar y donde se adquiere y cultiva el hábito de la reflexión, del estudio y del diálogo académico, frente a la anarquía mental y el desbarajuste existencial; lo que implica en muchas ocasiones aprender de ella lo elemental, que es siempre, no lo olvidemos, lo fundamental.
Pero la vida universitaria, plenamente vivida, requiere a mi juicio de mucha humildad, tanto por parte de los profesores como de los estudiantes. No se trata, en modo alguno, de renunciar a los grandes horizontes que se nos abren, sino más bien de asumirlos con la modestia del trabajo y el esfuerzo cotidiano. Desgraciadamente, cuando se habla de la Universidad en la actualidad, el ambiente suele estar cargado de impulsos futuristas y visionarios a la luz del mito contemporáneo de la globalización y la modernidad. Sin embargo, os pido que nos alejemos de esos topoi y adoptemos la actitud opuesta, es decir, la de la modestia interior del que sabe que ha de afrontar fielmente el reto cotidiano de aquilatar y reservar un tiempo concreto al estudio y al trabajo del aula virtual, sin menoscabo de la atención a otros asuntos tanto o más importantes, pero sin que ello suponga tampoco una tragedia, siguiendo el consejo del sabio chino Sun-Tzu, que abogaba por ganar las guerras evitando en lo posible las batallas costosas, y, añadiré, probablemente inútiles.
Avanzaremos juntos paso a paso, de lo más fácil a lo más difícil, asegurando lo aprendido y motivándoos para que ese proceso sea fructífero en unas circunstancias laborales y familiares que, bien lo sabemos, son en muchas ocasiones complejas. Pero esas dificultades, lógicas y casi siempre insoslayables, pueden ser, al contrario de lo que podría pensarse si nos dejásemos llevar por el pesimismo, el mejor de los acicates, pues sólo con ellas nos pareceremos a esos árboles esplendorosos de los cuales hablara Saint-ExuPéry: “los árboles que visto crecer más rectos son los que están en una selva acosados por enemigos. Esos árboles enemigos les roban su parte de sol y entonces escalan al cielo verticalmente, con la urgencia de un llamado”.
Me consta que no queréis engrosar las filas de esos estudiantes con impulsos y motivos cortos, que se dejan llevar y que llegan a la Universidad pensando que ejercen el simple derecho natural a ser universitarios y están dispuestos a dejarla con el menor coste personal posible. Recientemente, leía un ensayo sociológico sobre la formación superior, en el que su autor (Pérez Díaz, 2011) advertía sobre una suerte de conocimiento tácito o convicción entre los universitarios de que, en realidad, “no hace falta hacer mucho” o “no hace falta hacer tanto” para egresar de ella, lo que revela un sentimiento latente de que “no hay mucho que hacer” y que, en el fondo, “el mundo va solo”. Esa idea de que el mundo pese a todo funciona, seguía añadiendo este estudio, es congruente con la vaga esperanza de quienes ven en el Estado un ente providente siempre solícito al auxilio, persuadidos de que los ciclos económicos mejorarán inexorablemente y al final todo se arreglará de una forma misteriosa y con un mínimo grado de implicación por su parte.
Bien sabemos, sin embargo, que estos pensamientos están lejos de la realidad. Únicamente desde la responsabilidad y la coherencia personal puede responderse al reto que nos interpela constantemente y que no es otro que el de romper con esa visión estereotipada y antigua del estudiante, como un sujeto que un día llega a la Universidad, pasa durante varios años con más pena que gloria por sus aulas y finalmente la abandona con un título bajo el brazo rumbo al anhelado éxito profesional. Si algo demuestra la encrucijada temporal en la que nos hallamos es que la formación ha de ser ya continuada durante toda la vida, pues una sociedad y una economía basada en el conocimiento, exige ese titánico esfuerzo para encarar los desafíos de la competitividad, el uso de las nuevas tecnologías y la mejora de la cohesión social, la igualdad de oportunidades y la calidad de vida. Y esto vale tanto para el estudiante como para la propia Universidad, pues ambos están llamados a ser sujetos activos de dicha necesidad, participando en el esfuerzo que implica la consecución de esas relevantes metas.
Hace apenas unos años, la Universidad de Harvard publicaba un estudio donde se contenían los siete principios fundamentales de las buenas prácticas en educación universitaria. Como podéis imaginaros, me sumergí inmediatamente en tal prontuario, con el fin de diagnosticar las posibles deficiencias en que podríamos estar incurriendo, o esos otros aspectos en los que seguir mejorando. Pero ese grano de preocupación se tornó súbitamente en una espesa gavilla de sentida alegría al constatar que dichos principios formaban parte ya de la misma médula institucional de nuestra joven Universidad. Efectivamente, los profesores Chickering y Gamson (Harvard, 2007) apuntaban como necesarios para una excelente formación universitaria, los siguientes principios:
- Fomentar el contacto entre los estudiantes y la Universidad.
- Contribuir a desarrollar la reciprocidad y la cooperación entre estudiantes.
- Emplear técnicas de aprendizaje activo.
- Hacer comentarios con rapidez.
- Enfatizar el factor temporal de las tareas.
- Transmitir grandes expectativas.
- Respetar los diversos talentos y formas de aprender.
Convendréis conmigo –quiero pensarlo así, al menos- que esas prácticas están todas ellas contenidas en nuestro trabajo cotidiano en el aula virtual, pero permitidme que me refiera a las dos primeras de una manera especialmente sentida.
En primer lugar, la cercanía entre el estudiante y el profesor que, lejos de verse menoscabada por la distancia, se refuerza extraordinariamente en nuestras aulas, al poderse plasmar en todo momento y ante cualquier circunstancia espacial y temporal. Esta es una gran verdad. Mi propia experiencia docente en la UDIMA (pensad que mi trayectoria anterior proviene de Universidades públicas y presenciales) es en este sentido extraordinariamente elocuente. Y no olvidéis que las verdades no pertenecen al mundo de las ideas platónicas, sino que entran a formar parte de la historia biográfica de los hombres que las defienden.
Pienso además en la dedicación excelente que los profesores ponen en este empeño común, atreviéndose a innovar en un compromiso constante con todos vosotros que excede los límites de cualquier programa convencional. Porque de esto precisamente se trata. La relación entre profesores y estudiantes es el tema capital de toda buena Universidad. Si dominan las cuestiones formales, unos y otros tienden a alejarse. Los profesores, ejerciendo sus potestades evaluadoras y los estudiantes, buscando los atajos más fáciles para cubrir el expediente con pulcritud. Pero en ese contexto la esencia de la educación desaparece, desvaneciéndose cualquier esfuerzo docente. Esta Universidad quiere seguir centrándose en las personas y no en los diplomas, pues únicamente así podrá lograr la excelencia educativa a la que aspira.
Somos la Universidad cercana, queremos seguir siéndolo y estoy seguro de que lo lograremos, pues contamos con el capital más valioso para ello: unos estudiantes activos que sienten la pulsión de aprender -no solamente de superar los exámenes- y unos excelentes profesores comprometidos plenamente en que ese deseo sea una realidad palpable. Estudiantes y profesores recordando vivamente esa frase de B. Franklin que tanto me maravilló cuando la escuché por vez primera: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Pero estudiantes y profesores que tampoco son ajenos a esa otra idea fundamental, en cuya virtud, sin el consuelo de sentirse querido, el peso de la vida no es sencillamente soportable.
En lo atinente al segundo punto, es decir, a la reciprocidad y cooperación entre vosotros, poco puedo apostillar, pues he tenido la oportunidad de vivirlo en primera persona en mis propias aulas virtuales. Se trata además de un sentimiento que aflora con asiduidad y fluye ininterrumpidamente. Basta ojear el foro de estudiantes del aula central de grados para comprobar hasta qué punto es cierta y gratificante esa realidad tan estimulante de la solidaridad y la ayuda generosa entre compañeros, donde la palabra clave es la gratitud como fruto sazonado del esfuerzo, en muchas ocasiones heroico, del que sin disponer de tiempo para sí, es capaz de atender desinteresadamente a un compañero que se halla a seiscientos kilómetros de distancia y con el que no le une otro lazo que el del sentimiento de pertenencia a la UDIMA. ¡Cómo no evocar entonces a ese coloso de Walt Whitman cuando afirmaba que “aquel que camina una sola legua sin amor/camina amortajado hacia su propio funeral”!. Y ya que aludimos a poetas y en esta misma idea, en el que entiendo es su poema más impactante, “Estatuas yacentes”, José Hierro se fija en una elegante tumba de la catedral de Salamanca y le susurra esta confidencia: “mas de qué sirven nuestras vidas/si no enriquecen otras vidas”. Yo no puedo dejar de agradeceros vivamente esos sentimientos nobles que explican no sólo un rasgo fundamental de vuestra personalidad, sino que contribuyen también a hacer de esta casa una Universidad con esperanzas de excelencia.
Concluyo estas palabras de salutación como las comencé, es decir, remedando otros versos de Machado, extraídos de la misma Antología que los citados en el exordio inicial de estas líneas: “Si me tengo que morir/ poco me importa aprender/ Y si no puedo saber/ poco me importa vivir”. Con tu compromiso por el estudio y el nuestro por hacerlo posible, fructífero y asequible, iniciaremos o continuaremos una senda que haremos andadera implicando el corazón y la cabeza, es decir, el cuerpo y el espíritu, sabiendo que no hay aventura posible sin esa alianza recíproca previa, y recordando también lo que señalara en su día Ortega y Gasset cuando se lamentaba amargamente de la actitud de todos aquellos que carecían del arrojo necesario para emprender o continuar el camino al que estaban vocacionalmente llamados: “quien renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser”.
Con mis mejores deseos para este nuevo cuatrimestre que iniciamos, recibid un fuerte abrazo.
J. Andrés Sánchez Pedroche
Rector